Hace tiempo que tenía en mente recomponer y rescatar del
pasado unas tinajas que siempre había visto en casa de mis padres cuando era
pequeña.
Por aquel entonces me parecían unos objetos enormes y
magníficos, yo debía tener ocho o diez
años y las tinajas contenían, una aceite y la otra agua, estaban pintadas de
verde, ese verde tan andaluz y que tanto hemos visto en puertas y ventanas, en
fachadas, en macetas, ese verde que volví a ver cuando, hace no muchos años,
viajé a Tánger y Ashilá con mis
amistades.
Fueron años en los que cuando cortaban el agua en el pueblo
en verano, recurríamos a ellas, luego las cosas cambiaron, la casa cambió y las
tinajas se sustituyeron por un moderno depósito de agua con su bomba y todo. El
cobertizo que las albergaba se convirtió en una moderna cocina y las tinajas ya
no tenían cabida en la casa. Simplemente se convirtieron en un estorbo y se
desecharon.
Igual que desechamos a las personas cuando nos conviene o
cuando nos molestan.
Afortunadamente mis padres, que no son de tirar, sino más
bien de recoger y aprovechar, las guardaron en otro lugar, en un patinillo,
abandonadas a su suerte, pero a la vez protegidas de males mayores, boca abajo y a la interperie, así pasaron los
años olvidadas.
Es lo mismo que a veces pasa con los hijos, llega el momento
de dejarlos volar, hay padres y madres que los dejan y se olvidan de ellos,
otros los dejan pero de alguna manera los siguen protegiendo.
También nos pasa con los padres, a veces los olvidamos o los
desechamos porque ya no nos sirven, otras
los dejamos en un rincón, pero no acabamos de dejarlos solos, estamos
ahí para ir al rescate si nos necesitan.
Siguiendo con la historia,
un año volví a fijarme en ellas, ya no parecían tan grandes ni mucho
menos, pero me seguían pareciendo preciosas y tenían algo de mis recuerdos y mi
infancia con ellas. En ese momento pensé en restaurarlas.
Igual pasa con las personas cambia nuestra perspectiva hacia
ellas, pero si alguna vez han tenido un buen papel en nuestra vida, no nos
olvidamos de ellas, las vemos de otra manera, pero las seguimos admirando.
Pasaban los años y siempre tenía algo mejor que hacer, algo
“importante” que volvía a hacer que las tinajas quedaran olvidadas de nuevo.
Es lo que suele ocurrir en determinados momentos de nuestras
vidas, el trabajo, las ocupaciones, las excusas que nos ponemos, nos absorben y nos olvidamos de lo más
importante.
Este año pasado, tras unos meses de mucho trabajo, siendo
madre, esposa y sobre todo persona feliz, necesitaba estar con los míos y sobre
todo conmigo misma, reconstituirme y recuperar fuerzas, entonces pasé de nuevo
por el patinillo y volví a ver a mis queridas tinajas, decidí que ya no podía
pasar más tiempo sin restaurarlas o de lo contrario en cualquier momento,
cuando quisiera hacerlo, me iba a encontrar con que estaban demasiado
estropeadas o incluso rotas.
Me puse manos a la obra, pregunté qué pinturas y materiales
podrían ser los mejores para su restauración, compré todo lo necesario y me
dediqué a arreglarlas.
Lo primero volverlas a llevar a casa, a “su casa”, una
limpieza a fondo y un exámen para valorar cual era el estado real en el que se
encontraban.
Una vez hecho el diagnóstico, decidí lijar en lo posible los
restos de pintura vieja, esta parte fue la más costosa, la más laboriosa y la
más pesada. Es como cuando queremos quitarnos de encima complejos, miedos,
temores, rencores, sentimientos que nos bloquean y nos van desgastando. Al principio no ves más que polvo y resto de
suciedad y cuanto más lijas más fallos encuentras, y más necesidad de seguir limpiando y lijando
sientes.
Pero al igual que cuando nos ponemos a trabajar con
nosotros/as mismos/as, llegó un momento en el que la superficie se iba poniendo
lisa, cada vez más lisa y con menos restos, era como si se hubieran quedado
desnudas, parecían frágiles, indefensas, como cuando una persona saca todo
fuera y de pronto se siente lijera pero desnuda y frágil.
Curiosamente en este momento apareció algo que no conocía de
las tinajas, un sello de fabricación artesanal, el mismo sello que cada persona
tiene en su interior y que tantas veces pasa totalmente desapercibido, pero que
nos convierte en piezas únicas con un valor incomparable, porque cada persona
es diferente y sin embargo muy parecida a las demás que la rodean.
Ese era el momento para comenzar a reconstruir, primero una
pátina para sellar los poros y proporcionarles una imprimación, una protección
a posibles agresiones, agua, calor, frío,…
No es una coraza lo que deberíamos forjar en estos momentos
las personas, sino más bien una imprimación, es decir, una serie de herramientas
y recursos que nos recuerden que podemos sufrir reveses y que debemos hacerles
frente y estar preparados/as para ellos, para resistir y seguir adelante,
disfrutando de lo que tenemos.
Este momento era muy importante, una buena imprimación no
significa ahogar la pieza, sino protegerla. En las personas no debe significar
ponernos una coraza que nos impida disfutar de nuevas experiencias, sino
simplemente tomar conciencia de nosotros/as mismos/as y aprender a disfrutar de
lo que tenemos siendo auténticos con nuestra propia identidad.
Una vez protegidas quedaba la parte más divertida, decidir
el color que les iba a poner, si iban a tener cenefas, algún motivo decorativo,
si destacaría el sello o lo dejaría medio oculto y disimulado.
Por fin decidí darles un color cálido, un rojo carruaje que
así se llama, con un marfil, recrear en sus bordes el marfil, que nos
recordaría los paños con los que a veces se cubrían en sus mejores momentos y
que destacaría a su vez las ondas que el alfarero definió en su origen.
Para rematar les puse unos motivos del campo, porque eso es
lo que siempre han sido, tinajas de casa y de campo. Y porque es lo que me
apetecía en ese momento.
No digo que sean las mejores tinajas del mundo ni que haya
hecho yo la mejor restauración que se podía hacer, pero me siento satisfecha
con el trabajo realizado, lo he disfrutado en cada momento, lo he compartido
con mi familia y me gustan, ya lo creo que me gustan.
Es lo que pasa con nuestra vida, cuando nos queremos y nos
aceptamos, cuando nos conocemos y aprendemos a vivir con nosotros/as mismos/as
y con los que nos rodean, nos gusta vivir.
Ana María Paneque
López.
Gracias:
Gracias mamá, gracias papá, por enseñarme a vivir, por
acompañarme y escucharme en mis peores momentos, por ayudarme a crecer, por
mostrarme ideales en los que creer, por obligarme a trabajar y estudiar, por
hacer de mí una mujer y darme todo lo
que me habéis dado. Gracias por quererme como soy.
Gracias Carlos por estar a mi lado, por tu sinceridad, tu
valentía y por compartir tu vida conmigo y con muestras hijas.
Gracias Ana y Arantza por ser mi alegría de vivir.
Gracias hermana por tu cariño inmenso, por tu riqueza como
persona y por ser mi apoyo constante.
Gracias Jose Manuel y Raquel por haber nacido y regalarme
vuestro cariño.
Gracias Rosi, Susana, Antonio, Rosa, Cristina, prima Ana y primo
Carlos, por estar ahí en los peores y en los mejores momentos de mi vida.
Gracias a todas las personas maravillosas con las que me he
cruzado en la vida, por aportarme lo mejor y enseñarme tanto.
Gracias por todo lo que
la vida me ofrece cada día.
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